No. 2


Claudia Rocío Rodríguez Rincón * POLVO DE ESTRELLAS* 2011


“Polvo somos y en polvo nos convertiremos”. ¿De dónde venimos? “De las estrellas” (químicamente tenemos la misma composición). Y retornando sobre  la pregunta  ¿A dónde se irán los muertos?, me pongo un vestido “típico” de mi papá (qepd), le bordo la pregunta en la solapa (¿para dónde se irán los muertos?) y realizo dos acciones ligadas en dos días (lo que dura un ritual del Velorio y Entierro en nuestra sociedad contemporánea) “la tejedora” y “retornar”. Hago un recorrido por los dos espacios típicos del ritual: la funeraria y el cementerio.  
Para mí es importante percibir con el cuerpo en su totalidad de espacio y tiempo presentes y construir imágenes desde el movimiento. Trasmitir simultáneamente mi experiencia de vida en varias direcciones, formulando la pregunta ¿A dónde irán los muertos?, que se origina desde mi entorno y se dirige al espacio en crecimiento de la existencia humana. Pienso la realidad como un sistema que se interrelaciona  y constantemente se refleja en los cuerpos, dando vía a simbiosis, permitiendo que el mundo se oscile y se expanda apropiándose del infinito sensible. 
Lo intangible más que en la memoria y en el recuerdo, habita en el imaginario. Es como polvo mágico que al ser soplado vuela y se impregna para transformarse  y hacerse físico, como el POLVO DE ESTRELLAS.




Parte I: Tejedora

Entre las funerarias Gaviria, La Candelaria y la iglesia de Cristo Rey en la calle 98 con calle 18 A de la ciudad de Bogotá D.C., Colombia, tejo simbólicamente el “círculo de la vida” con sesenta rosas blancas, a las que a algunas quito los pétalos, pensando en el tiempo que pasa segundo a segundo, el juego del azar entre el sí y el no, y el corazón que palpita llevándose el aliento y la vida. En principio, el círculo es dibujado con una cinta de papel sobre la que ubico una a una e intercaladas, las  sesenta rosas. En el centro del círculo está puesta una taza con tinta roja, al iniciar mi tejido, me mojo los dedos con este color y me preparo para la acción de tejer. Del tejido resulta una corona de rosas parecida a las coronas que se hacen en las floristerías, para los muertos. Durante la acción es normal el transito de las personas que entran y salen de las salas de velación, visitando y despidiendo a sus muertos. Algunas personas llevan consigo coronas armadas con flores. También es normal la salida de cadáveres en ataúdes hacia la iglesia, para emprender el camino hacia el cementerio.  Algunas personas interactúan conmigo devolviéndome respuestas a la pregunta o reiterando sobre la misma . Yo continuo tejiendo mi corona hasta terminarla. 
La acción dura tres horas. 


Parte II: Retornar

Al día siguiente, siguiendo el convencionalismo del “velorio y entierro” me voy al cementerio Jardines de Paz de la ciudad de Bogotá D.C., Colombia,  y realizo la gran entrada de los muertos al cementerio. Una entrada lenta, que se toma el recorrido del tiempo, siendo apacible, silenciosa y casi interminable.
Llevo puesto el mismo vestido de mi papá (qepd) con la pregunta bordada en la solapa ¿A dónde irán los muertos?, y conmigo la corona realizada el día anterior entre las funerarias y la iglesia. En una cajita parecida a las que entregan los crematorios con los restos de los cuerpos de los muertos, llevo polvo dorado. Esparzo el polvo, lo devuelvo al viento, a la tierra, al suelo que piso. Camino con la “caminata de la no identidad” de la danza Butoh, una caminata muy lenta y sin expresión alguna, una caminata también llamada “caminata del fantasma” o “caminata del muerto”. Camino de la entrada del cementerio, al primer jardín (un pasto muy verde y apacible). En mi recorrido voy dejando una huella dorada, liviana y efímera como el alma que a veces pensamos, como el halo de una esencia suprema y como el mismo polvo de estrellas regado en el universo.
Completo la caminata, pongo la corona en el suelo y termino dorándola a través de mi soplo (mi aliento)con el polvo. La abandono y me voy. 
La acción dura dos horas.


 

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